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La raíz subyacente de la crisis: el ego se ha tornado global

El análisis de la historia humana revela que la fuerza motivadora del ser humano ha sido siempre su deseo egoísta, evolucionando de generación en generación. Mientras más creció el ego, más elaboradas y sofisticadas han sido las formas y los medios que hemos desarrollado para satisfacerlo.

Sin embargo, en el siglo presente, han cambiado las reglas del juego. De un estado en el que cada persona se iba desarrollando de una manera individual, preocupándose sólo por su familia o en última instancia, por su comunidad, nos despertamos un día dentro de una burbuja —la pequeña aldea global— en la que de pronto, nos vemos forzados a tomar en cuenta a todos los demás; ya que de hecho, estamos totalmente interconectados e interdependientes, por no decir atados...

El ego que en el pasado estimulaba a cada persona por separado a perseguir sus metas e intereses personales, se ha vuelto un ego global, conectándonos a todos nosotros en lo que parece un inmenso engranaje.

Desde el momento en que nos volvimos un solo sistema global e integral, nuestro sustento y bienestar individual, inevitablemente se han vuelto sujetos a la responsabilidad mutua entre todos los elementos de este organismo humano, como en cualquier otro sistema cerrado. Es como si toda la humanidad estuviese navegando en un mismo barco; únicamente falta que uno de nosotros decida hacer un agujero en el barco para que todos nos encontremos sumergidos en el agua.

Por consecuencia, nos encontramos frente a un problema de carácter desconocido: mientras los lazos y las relaciones entre todos se han vuelto integrales y recíprocas, seguimos tratando los unos a los otros —consciente o inconscientemente— de una manera egocéntrica; o sea, como naciones o seres separados y no como una sola humanidad. Y es allí donde se halla el factor causante de la crisis.