
El sexo es el fundamento de nuestros deseos, porque su raíz es la unión del alma con el Creador. Esta unión es la meta final de la Naturaleza y todo lo que ocurre en este mundo está determinado por la meta final. Es por esto que no podemos dejar de pensar en el sexo. Nuestra atracción por el sexo opuesto y el placer también provienen de este estado final: la adhesión con el Creador, llamado Zivug, (palabra que en hebreo significa, una unión sexual sin fin).
El placer que nos proporciona el sexo es un ejemplo perfecto de la diferencia entre el placer físico y el espiritual. Dedicamos largas horas y esfuerzos a pensar en el sexo, imaginando que nos proporcionará un placer enorme; pero, de hecho, nuestro placer se esfuma en el aire tan pronto llegamos a la cima de la satisfacción sexual. Antes de que realmente tengamos tiempo de disfrutar dicha sensación, ésta concluye y nos encontramos una vez más esforzándonos por alcanzar otro momento de placer.
Esto es lo que ocurre en nuestro mundo, porque el placer que llena nuestro deseo lo neutraliza de inmediato. Al no tener ya deseos, dejamos de sentir placer. Nos quedamos con una sensación de vacío, y en el transcurso de nuestra vida, esta carencia se vuelve cada vez más profunda. Por eso está escrito, "Uno abandona el mundo con la mitad de sus aspiraciones insatisfechas".